Respuestas al test de la idiotez 4

4) «El Estado representa el bien común frente a los intereses privados que sólo buscan  su propio enriquecimiento»

Esta superstición ideológica ha sido refutada (para pesar de nuestros perfectos idiotas) a lo largo de la historia de la humanidad, en todos los ámbitos geográficos y en todos los contextos sociales, culturales y económicos.

En vez de corregir desigualdades, El Estado las intensifica. Cuanto más espacio  confisca a la sociedad civil, más crece la corrupción, el despilfarro, el clientelismo político, la prebenda,  tarifas elevadas y como consecuencia de todo lo anterior, la desconfianza hacia las instituciones que  representan al ciudadano común.

Sus beneficiarios son pocos:  Los políticos  (los militantes y simpatizantes del partido de  gobierno de turno)  para quienes el Estado cumple el mismo papel  que la ubre de la vaca para el ternero y la oligarquía sindical  ligada a las empresas del Estado, generalmente monopólicas que crecen como una enredadera de burocracia dirigida y manejada por este grupo de poder, juntamente a los políticos de turno.

Otro de los grupos de privilegiados es  la oligarquía de empresarios sobreprotegidos de toda competencia que deben su fortuna a mercados cautivos, a barreras aduaneras, a licencias otorgadas por el burócrata, a leyes que lo favorecen. Son los parásitos de la sociedad.

En la base piramidad está «el pueblo» (término que nuestro inefable Idiota ama más que a su cónyuge) es decir esa masa abstracta que llama pobres y a la que dice favorecer con algún bono  que no suele alcanzar para comprar ni un par de zapatos.

El «Estado benefactor» con sus barreras aduaneras, control de precios y cambios, subsidios y toda clase de trámites y regulaciones, lo único que consigue es ser «padre» de una burocracia frondosa y parasitaria, por lo que las empresas del Estado, son entidades costosas, paquidérmicas y profundamente ineficientes. Están corroídas por el clientelismo político y resultan los «botines de guerra» (de la guerra política) con que los políticos premian el apoyo de su militancia. Estas empresas del Estado están infestadas de corrupción. No obstante  los supernumerarios, (a los que para  pagar,  se tienen que elevar las tarifas) prestan un mal servicio a la sociedad.

Políticas demagógicas aistencialistas (bonos), sumado a una visión anacrónica de la economía globalizada del siglo XXI, hacen crecer el déficit fiscal, lo que aumenta la inflación y con ello el empobrecimiento de la gente.

Tal es la verdad que el Perfecto Idiota no quiere ver.  Su única solución es aumentar el  Estado con las mencionadas consecuencias . Es como si un médico le recetaría a su cliente que sufre de tensión arterial, más medicina que le aumente la misma.

¿Cómo explicarle a este emjambre de perfectos  idiotas que sin acumulación de capital  no hay desarrollo y que sin desarrollo, la desocupación y la  pobreza  seguirán reinando entre nosotros?

¿Cómo explicarle  que lo que crea  la riqueza de un país, es el capital productivo, representado en maquinaria, medios de transporte,  servicios y fundamentalmente, trabajo, y que ésta es creada  por  el empresario privado y no el político burócrata?

¿Cómo explicarle al político populista, al catedrático o al estudiante impregnado hasta la médula de vulgata marxista, al curita de la Teología de la Liberación, hipnotizado por la idea medieval de que el  el rico es el enemigo de los pobres o al delirante guerrillero empeñado en liberarnos (no se sabe de quien), a fuerza de terrorismo y violencia, que su ideología no ofrece nada nuevo a nuestros pobres países?

¿Quien le va a quitar a nuestro Perfecto Idiota, sus telarañas de la cabeza cuando todavía sostiene que fue su fórmula estatista y no el modelo liberal el que produjo el milagro económico de los «tigres asiáticos»  y en un ejemplo más cercano, el del «tigre  latinoamericano chileno»?

Ciertamente que el Estado cumple un papel importante en la estructura de la sociedad, pero ese papel debe ser  como el de un árbitro en una cancha  de fútbol, es decir de hacer jugar limpiamente a los equipos contendientes y  no ponerse a jugar él mismo el partido.

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