«El Libertador Simón Bolívar es el más grande antiimperialista de América, el defensor de nuestro ser autóctono enfrentado a la invasión cultural de los poderosos»
Ninguna figura ha merecido tantos ditirambos nacionalistas como Simón Bolívar. El perfil brillante del héroe de la gesta independista latinoamericana ha sido reducido casi a la caricatura por el trazo inflamado, desinformado y a veces falsificador de nuestros patriotas que hacen una lectura a caballo entre Carlyle, con su fascinación por el Hombre Providencia y Marx con su revolución proletaria.
Para empezar, Bolívar no nació pobre, sino rico, lo que de alguna manera constituye su blasón de orgullo: No convocó a la guerra en busca de fortuna, sino de poder y gloria. Sus antepasados habían sido jugosamente recompensados por la corona española por su contribución a la cosntrucción del puerto de la Guaira y la creación de plantaciones.
La infancia del Libertador (como la de Jefferson o Washington) fue abanicada por esclavos (algo usual entre los venezolanos de su época y condición social), circusntancia que se repite en el caso de su esposa a quien conoció en Madrid, (destino obligado de la burguesía colonial) y quien muriera muy jóven por la fiebre amarilla a poco de regresar a Caracas, junto a su entonces desconocido marido.
Es totalmente falso ese Bolívar protomarxista que intenta vendernos nuestro infatigable Idiota. El problema racial lo obsesionaba. Quería evitar a toda costa, la guerra de clases y de colores. Ni en su condición, ni en su filosofía política, tenía Bolívar, la idea de acbar con los poderosos. No, su gesta no era clasista sino de otra índole, hija de un movimiento ideológico surgido esencialmente entre los criollos, es decir, entre los hijos de la España imperial en las colonias.
Bolívar no fue antecesor del PRI mexicano, de la Alianza Popular Americana de Haya de la Torre, de Perón ni de ningún antiimperialista contemporáneo. Su batalla contra España, no era una batalla contra lo extranjero, ni contra Europa, pues a ese mundo debía todo aquello por lo cual combatía. Juzgaba que el colonialismo español era un residuo de una época anterior a las ideas libertarias de la Ilustración que se resistía a ceder el paso de los tiempos.
No fue sólo una ironía que los independistas se levantaran contra España en nombre de Fernando VII cuando éste fue avasallado por Napoleón: era un gesto de reconocimiento a las reformas liberales españolas amenazadas por el imperialismo francés y sus títeres hispanos (que despues Fernando VII, al volver al poder diera un giro de 180º y se olvidara del liberalismo y volviera a descubrir los formidables encantos del absolutismo, es otro asunto).
Esta afinidad entre Bolívar y el sector liberal de España, estuvo presente en hechos tan significativos como la rebelión del ejército español que había reunido Fernando VII en Cadiz para ir a dar una buena zurra a los independistas. En esa renuncia a cruzar el «charco» había no sólo la proverbial pereza hispana: también existía un rechazo al viejo régimen. Hasta en su campaña militar, fue Bolívar un deudor de Europa y de España. Sus ejércitos estaban llenos de mercenarios europeos, como demuestra la famosa Legión Británica que participó en tantas de sus batallas y en no pocas de sus hazañas, mientras buena parte de la patriotísima población autóctona peleaba de lado de la corona española, especialmente en Venezuela y Perú, pues en Colombia las cosas sucedieron de otro modo.
También es mendaz, su supuesto antiyanquismo. Si alguna canción nunca hubiera tarareado Bolívar, es «yanqui go home». Como le ocurriera a Miranda, su fascinación por Estados Unidos había alcanzado alturas sublimes tras su viaje a Boston, Filadelfia, Columbia y Charleston, en plena época formativa. Y buena parte de su credo, estaba fundado tanto en los ideales libertarios de la constitución norteamericana como en la convivencia de sus regiones dentro del estado federal (la realidad mostraría luego que no fue un discípulo demasiado aplicado de ambas lecciones, pero la culpa por ello está bastante bien repartida). Los independistas eran partidarios de lazos estrechos con Gran Bretaña y Estados Unidos.
Cuando nuestros ilustres idiotas braman contra el imperialismo yanqui, suelen rastrear los orígenes de ese mal, hasta la Doctrina Monroe de 1823, olvidando que Bolívar celebró junto con la mayoría de independistas latinoamericanos, la política de Monroe y de John Quincy Adams, como una salvaguarda contra el peligro de nuevas intervenciones eurpoeas en las américas. Al fin y al cabo, la primera potencia extranjera que reconoció a las juntas revolucionarias en plena ebullición, fue Estados Unidos, lo que ganó la gratitud de Bolívar y los suyos.
No sólo en lo político eran los independistas poco xenófobos: también en lo económico, como lo demuestra el hecho de que una de las primeras medidas que adoptaban alli donde lograban establecer su dominio, era abrir los puertos al comercio mundial . Aunque en última instancia, los esfuerzos integradores de Bolívar apuntaban a la consecuencia práctica de crear una potencia independiente, no hay duda de que Estados Unidos fue una inspiración y de que el Libertador estuvo en muchas cosas, bastante más cerca del «yanqui come home» que de lo contrario.
Los nacionalismos particulares de los paises latinoamericanos tienen por otra parte, poco que ver con el empeño de Bolívar de velar por la unidad continental. Aunque concentró sus esfuerzos especialmente en la Gran Colombia, territorio que debía fundir a Venezuela, Colombia y Ecuador, su sueño abrazaba un perímetro más amplio, como lo demuestra el congreso de Panamá convocado por él mismo en 1826, para intentar meter al rebaño latinoamericano en el mismo corral.
El sueño bolivariano que tenía toques de nacionalismo continental ( o como diría un comisario europeo de la era Maastricht: Supranacional) estaba directamente en entredicho con tiranuelos que hicieron desmoronarse el castillo bolivariano gracias a sus pequeños apetitos de poder que se cubrían de de poesía nacionalista. Es más: mucho del credo integracionista boliviariano venía del hecho que él conocía bien: de que las rivalidades nacionales habían tenido a los europeos practicando la diplomacia de la trompada y el cabezazo durante siglos.