Pregunta 7)
Entre todos los síntomas externos del idiota latinoamericano, probablemente ninguno sea tan definitorio como el del antiyanquismo. Es difícil llegar a ser a ser un iditota perfecto, redondo, sin fisuras, a menos de que en la ideología del sujeto en cuestión, exista un sustantivo componente antinorteamericano. Incluso puede hasta formularse una regla de oro en el terreno de la idiotología política latinoamericana que establezca el siguiente axioma: «Todo idiota latinoamericano tiene que ser antiyanqui o de lo contrario, será clasificado como un falso idiota idiota o un idiota imperfecto».
El antiyanquismo latinoamericano fluye de cuatro orígenes distintos:
1) El cultural, anclado en la vieja tradición hispano-católica
2) El económico, consecuencia de una visión nacionalista o marxista de las relaciones comerciales entre el «imperio» y «las colonias».
3) El histórico, derivado de los conflictos armados entre Washington y sus vecinos del sur.
4) El psicológico, producto de una malsana mezcla de admiración y rencor que tiene sus raices en uno de los peores componentes de la naturaleza humana: la envidia.
A este tipo de idiota latinoamericano, (el más atrasado espécimen de esa especie zoológica) le molestan las ciudades limpias de Estados Unidos, su espléndido nivel de vida, sus triunfos tecnológicos y para todo eso tiene una explicación casi siempre rotunda y absurda; por ejemplo: no es una sociedad ordenada, es neurótica, no son prósperos, sino explotadores, no son creativos, sino ladrones de cerebros ajenos, etc.
Los yanquis, para el idiota latinoamericano, desempeñan además, un rol ceremonial extraído de un guión nítidamente freudiano: son el padre al que hay que matar para lograr la felicidad. Son el chivo expiatorio al que se le transfieren todas las culpas: por ellos no somos ricos, sabios y prósperos; por ellos no logramos el maravilloso lugar que merecemos en el concierto de las naciones; por ellos no conseguimos ser una potencia mundial, etc.
¿Cómo no odiar a quien tanto daño nos hace?
«No odiamos al pueblo gringo» -dicen los idiotas-, sino a su gobierno». Falso: Sus gobiernos cambian y el odio permanece. Odiaban a los gringos en épocas de Roosevelt, Truman, Einsenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Carter, Reagan, Ford, Obama, de todos. Es un odio que no cede ni se transforma cuando cambian los gobiernos.
«Odiamos su sistema» aclaran los idiotas. Falso también: Si nuestros idiotas odiaran sólo su sistema, también tendrían que ser anticanadienses, antisuizos o antijaponeses, coherencia totalmente ausente de su repertorio de fobias.
El odio del idiota por el yanqui es puro racismo pero con una singularidad: ese odio no surge del desprecio al ser que equivocadamente suponen inferior, sino al que (también equivocadamente) supone superior. No se trata pues, de un drama ideológico, sino de una patología significativa: una dolencia de diagnóstico reservado y cura difícil.