Recursos Democraticos y Autonomistas 7b

5) El populista reparte directamente la riqueza.

Lo cual no es criticable en sí mismo (sobre todo en países pobres hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos inflacionarios), pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia.

«¡Ustedes tienen el deber de pedir!», exclamaba Evita a sus beneficiarios.

Se creó así una idea ficticia de la realidad económica y se entronizó una mentalidad becaria. Y al final, ¿quién pagaba la cuenta? No la propia Evita (que cobró sus servicios con creces y resguardó en Suiza sus cuentas multimillonarias), sino las reservas acumuladas en décadas, los propios obreros con sus donaciones «voluntarias» y, sobre todo, la posteridad endeudada, devorada por la inflación. En cuanto a Venezuela (cuyo caudillo parte y reparte los beneficios del petróleo), hasta las estadísticas oficiales admiten que la pobreza se ha incrementado, pero la improductividad del asistencialismo (tal como Chávez lo practica) sólo se sentirá en el futuro, cuando los precios se desplomen o el régimen lleve hasta sus últimas consecuencias su designio dictatorial.

6) El populista alienta el odio de clases.

«Las revoluciones en las democracias», explica Aristóteles, citando «multitud de casos», «son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos». El contenido de esa «intemperancia» fue el odio contra los ricos: «Unas veces por su política de delaciones… y otras atacándolos como clase (los demagogos) concitan contra ellos al pueblo». Los populistas latinoamericanos corresponden a la definición clásica, con un matiz: hostigan a «los ricos» (a quienes acusan a menudo de ser «antinacionales»), pero atraen a los «empresarios patrióticos» que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.

7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales.

El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece «Su Majestad El Pueblo» para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra «los malos» de dentro y fuera. «El pueblo», claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un Parlamento; ni siquiera la encarnación de la «voluntad general» de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante que caracterizó otro clásico (Marx, no Carlos, sino Groucho): «El poder para los que gritan el poder para el pueblo».

8) El populismo fustiga por sistema al «enemigo exterior».

Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera. La Argentina peronista reavivó las viejas (y explicables) pasiones antiestadounidenses que hervían en Ibero América desde la guerra del 98, pero Castro convirtió esa pasión en la esencia de su régimen, un triste régimen definido por lo que odia, no por lo que ama, aspira o logra. Por su parte, Chávez ha llevado la retórica antiestadounidense a expresiones de bajeza que aun Castro consideraría (tal vez) de mal gusto. Al mismo tiempo hace representar en las calles de Caracas simulacros de defensa contra una invasión que sólo existe en su imaginación, pero que un sector importante de la población venezolana (adversa, en general, al modelo cubano) termina por creer.

9) El populismo desprecia el orden legal.

Hay en la cultura política iberoamericana un apego atávico a la «ley natural» y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Por eso, una vez en el poder (como Chávez) el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la «justicia directa» («popular, bolivariana»), remedo de Fuenteovejuna que, para los efectos prácticos, es la justicia que el propio líder decreta. Hoy por hoy, el Congreso y la Judicatura son un apéndice de Chávez, igual que en Argentina lo eran de Perón y Evita, quienes suprimieron la inmunidad parlamentaria y depuraron, a su conveniencia, al Poder Judicial. ¿Tendrá que ver todo esto con una aprobación violenta (de rapidez) de la nueva propuesta de Reforma Constitucional?

10) El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal.

El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la «voluntad popular». En el límite de su carrera, Evita buscó la candidatura a la vicepresidencia de la República. Perón se negó a apoyarla. De haber sobrevivido, ¿es impensable imaginarla tramando el derrocamiento de su marido? No por casualidad, en sus aciagos tiempos de actriz radiofónica, había representado a Catalina la Grande. En cuanto a Chávez, ha declarado que su horizonte mínimo es el año 2020.

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