En algunos países de América Latina, se está viviendo la «burbuja del Populismo», esa receta fácil para llegar al poder, que más tarda en llegar que en irse porque el Populismo consiste en prometer cielo y tierra y cuando llega el momento de cumplir lo prometido, se acaba «el proceso de cambio», «revolución» ó como se le llame a esta receta de irresponsabilidad política.
¿Pero que es este fenómeno social que parece haber calado tan hondo en algunos paises de nuestro continente? ¿Hasta cuando va a durar? ¿Cómo se lo combate?
Este fenómeno no es nada nuevo. Ha aparecido de tiempo en tiempo en todos los paises de América Latina y tarda más en aprecer que en desaparecer, puesto que es algo que no es sostenible en el tiempo.
Este fenómeno tiene diferentes matices y variadas formas, desde caudillos indígenas hasta militares dictadores; hay populismos socialistas, religiosos, indigenistas, militaristas, y seguramente en nuestro continente no va a tardar en aparecer algún populismo de índole mediático, como jugadores de futbol o artistas del Jet Set.
DECÁLOGO DEL POPULISMO
En términos expresados por Enrique Krauze, éste propuso diez rasgos específicos para definir las características principales de los populistas o del populismo
1) El populismo exalta al líder carismático.
No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. «La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo», recuerda Max Weber, «no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, ‘vive para su obra’. Pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito, el partido».
2) El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella.
La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, «alumbra el camino», y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Weber apunta que el caudillaje político surge primero en los Estado-ciudad del Mediterráneo en la figura del «demagogo». Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de «las revoluciones en las democracias» y advierte una convergencia entre el poder militar y el poder de la retórica que parece una prefiguración de Perón y Chávez: «En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era también general, la democracia se transformaba en tiranía; la mayoría de los antiguos tiranos fueron demagogos». Más tarde se desarrolló la habilidad retórica y llegó la hora de los demagogos puros: «Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar». Hace veinticinco siglos esa distorsión de la verdad pública (tan lejana a la democracia como la sofística de la filosofía) se desplegaba en el Ágora real; en el siglo XX lo hace en el Ágora virtual de las ondas sonoras y visuales: de Mussolini (y de Goebbels) Perón aprendió la importancia política de la radio, que Evita y él utilizarían para hipnotizar a las masas. Chávez, por su parte, ha superado a su mentor Castro en utilizar hasta el paroxismo la oratoria televisiva.
3) El populismo fabrica la verdad.
Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino «Vox populi, Vox dei». Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno «popular» interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. En la Argentina peronista, los diarios oficiales y nacionalistas -incluido un órgano nazi- contaban con generosas franquicias, pero la prensa libre estuvo a un paso de desaparecer. La situación venezolana, con la «ley mordaza» pendiendo como una espada sobre la libertad de expresión, apunta en el mismo sentido: terminará aplastándola. Sin contar con lo sucedido después de esta fecha, libertades coartadas por la pluma de un sólo hombre han ido desapareciendo aquellos medios que son adversos a sus pensamientos, a su ideología…
4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos.
No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse. Regalías efectuadas a todos los países que se encuentren en la lista preferida del Todopoderoso y que engrosarán la fila de sus principales adeptos y defensores, sólo por un interés común: el dinero aportado por un país lleno de riquezas para esos pueblos, mientras el venezolano sufre las penurias que serán tapadas con pañitos húmedos y manos enarboladas alabando al Señor…
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