La Teología de la Liberación subraya el aspecto conflictivo del proceso económico, social y político que opone a pueblos oprimidos a clases opresoras. Cuando la Iglesia rechaza la Lucha de Clases, se sitúa como pieza del sistema dominante»
Esta declaración cuasi bélica es tan abierta que desarma: La Iglesia como soldado en la lucha de clases. Los representantes del Dios universal en la Tierra, toman partido por unos en contra de otros. Los agentes del Dios de la paz, ululan en favor de la guerra.
¿Pero quienes son esos extraños pastores de la guerra, que se animan a poner patas para arriba, la esencia conceptual de la mayor de las religiones del mundo?
Son los herederos de un movimiento surgido a partir de unas reuniones de obispos en Roma (el famoso Concilio Vaticano II) que tenía la muy decorosa misión de poner a la Iglesia al día y y devolver al Cristianismo una cierta unidad quebrada hace casi mil años.
Algunos obispos y teólogos se entusiasmaron más de la cuenta con la estupenda idea de que la Iglesia debe estar dedicada al servicio y no al poder (eso que llaman una teología «signo de los tiempos» , o sea una Iglesia comprometida, y creyeron que había llegado la hora de dedicarse al «Socialismo con sotana».
Hasta aqui fantástico. Los emisarios de Cristo quieren bajar del cielo a la tierra, meter las narices en el fango del hombre para echar una mano de ayuda en este mundo donde hay tantos infelices que se pueden morir de hambre esperando la salvación.
Sería tonto rebatir la Teología de la Liberación, con el argumento de que la religión no debe mezclarse con la política. La religión tiene todo el derecho del mundo de mezclarse con la política, como lo tiene cualquier individuo, organización o institución. A nadie se le puede negar el derecho de prestar una contribución al quebradero de cabeza de cómo organizar una sociedad decente.
El problema es otro: el signo de ese compromiso.
En el caso de la Teología de la Liberación, término que acuñó el peruano Gustavo Gutierrez en 1971 (Teología de la Liberación, Perspectivas) es que ese compromiso en la tierra, es por el Socialismo y su instrumento: la Revolución y apunta a una suerte de fundamentalismo en la medida en que hace una lectura marxista de la realidad y da a la muy terrenal lucha a favor del Socialismo , el cariz excluyente e iluminado de vía hacia la salvación.
La observación que hace esta Iglesia con pretensiones de regresar a la Tierra, es que aqui abajo, el asunto dominante es la lucha de clases: un grupo mayoritario de desposeídos es explotado por un grupo minoritario de privilegiados, micro cosmos de otra injusticia más grande: la de los países ricos contra los países pobres.
Esta violenta teología, quiere bronca: por las buenas o por las malas hay que empujar la dialéctica de Hegel y la aplicación de Marx por el ojo de la aguja contemporánea de América Latina. Esta es a todas luces, una lectura marxista de la realidad, es decir, la división de la sociedad entre opresores y oprimidos y por supuesto denunciar automáticamente el despojo de los primeros como condición para la liberación de los segundos.
El término «liberación» , es en si mismo conflictivo: convoca ardorosamente la existencia de un enemigo al que hay que combatir para poner en libertad a los desdichados. Es más: La Iglesia no puede ni siquiera optar por la neutralidad suiza. Debe meterse a toda costa en el asunto. Si se abstiene, es parte de la casta dominante. Si opta por liberar a los infelices por una via distinta a la socialista, también es agente del sistema dominante.
La Teologíade la Liberación, como los regímenes comunistas, hacen uso con mucha frecuencia de la estrategia que nuestros hermanos idiotas latinoamericanos adoran: poner al individuo ante la disyuntiva de ser aliado o enemigo, sin ninguna otra opción.