El Perfecto Idiota Boliviano 5

Entre todos los síntomas externos del idiota latinoamericano,  probablemente ninguno sea tan definitorio como el del antiyanquismo. Es difícil llegar a ser un idiota perfecto,  redondo, sin fisuras, a menos de que en la ideología del  sujeto en cuestión exista un sustantivo componente  antinorteamericano. Incluso, hasta puede formularse una regla  de oro en el terreno de la idiotología política  latinoamericana que establezca el siguiente axioma: «Todo  idiota latinoamericano tiene que ser antiyanqui, o —de lo  contrario — será clasificado como un falso idiota o un idiota  imperfecto».

Pero el asunto no es tan sencillo. Tampoco basta con ser  antiyanqui para ser calificado como un idiota latinoamericano  convencional. Odiar o despreciar a Estados Unidos ni siquiera  es un rasgo privativo de los cabezacalientes  latinoamericanos. Cierta derecha, aunque por otras razones, suele compartir el lenguaje antiyanqui de la izquierda  termocefáli-ca. ¿Cómo es posible esa confusión? Elemental.

El  antiyan-quismo latinoamericano fluye de cuatro orígenes  distintos: el cultural, anclado en la vieja tradición  hispanocatólica; el económico, consecuencia de una visión  nacionalista o marxista de las relaciones comerciales y financieras entre «el imperio» y las «colonias»; el  histórico, derivado de los conflictos armados entre  Washington y sus vecinos del sur, y el sicológico, producto  de una malsana mezcla de admiración y rencor que hunde sus  raíces en uno de los peores componentes de la naturaleza  humana: la envidia.

A este tipo de idiota latinoamericano —el más atrasado en la  escala zoológica de la especie — le molestan las ciudades  limpias y cuidadas de Estados Unidos, su espléndido nivel de  vida, sus triunfos tecnológicos, y para todo eso tiene una  explicación casi siempre rotunda y absurda: no es una sociedad ordenada, sino neurótica, no son prósperos sino  explotadores, no son creativos, sino ladrones de cerebros  ajenos En la prensa panameña —por ejemplo— se ha llegado a  pu! blicar que los jardines cuidados de la zona del Canal ylas casas pintadas —y luego entregadas a los panameños— no  formaban parte de la cultura nacional, lo que justificaba su  transformación en otro modo de vida gloriosamente cochambroso y caótico, pero nuestro. Los yanquis, para el idiota latinoamericano, desempeñan además, un rol ceremonial extraído de un guión nítidamente freudiano: son el padre al que hay que matar para lograr la felicidad.

Son el chivo expiatorio al que se le transfieren todas las culpas: por ellos no somos ricos, sabios y prósperos. Por ellos no logramos el maravilloso lugar que merecemos en el concierto de las naciones. Por ellos no  conseguimos volvernos una potencia definitiva.

¿Cómo no odiar a quien tanto daño nos hace? «No odiamos al  pueblo gringo — dicen los idiotas — sino al gobierno.» Falso:  los gobiernos cambian y el odio permanece. Odiaban a los  gringos en época de Roosevelt, de Truman, de Eisenho-wer, de Kennedy, de Johnson, de Nixon, de Cárter, de Clinton, de  todos. Es un odio que no cede ni se transforma cuando cambian  los gobiernos.

¿Es un odio, acaso, al sistema? Falso también. Si el idiota  latinoamericano odiara el sistema, también sería  anticanadiense, antisuizo o antijaponés, coherencia  totalmente ausente de su repertorio de fobias. Más aún: es  posible encontrar antiyanquis que son filobritanicos o  filogermánicos, con lo cual se desmiente el mito de la  aversión al sistema. Lo que odian es al gringo, como los  nazis odiaban a los judíos o los franceses de Le Pen detestan  a los argelinos. Es puro racismo, pero con una singularidad  que lo distingue: ese odio no surge del desprecio al ser que  equivocadamente suponen inferior, sino al que —también equivocadamente — suponen superior. No se trata, pues, de un  drama ideológico, sino de una patología significativa: una  dolencia de diagnóstico reservado y cura difícil.

¿En el Estado Plurinacional de Bolivia, a quién pertenecerá este retrato  familiar?

El Perfecto Idiota Boliviano