El Perfecto Idiota Latinoamericano

Hoy 4 de Julio  del 2013, en homenaje a la fundación de la ciudad de Tarija y a propósisto de la propuesta  del Movimiento Al Socialismo sobre un  Proyecto de Ley declarando al 3 de Julio «Día de la Dignidad Nacional»  a raíz del «secuestro» (según sus voceros plurinacionales) que le tocó vivir a don Evo Morales en Europa,   iniciamos esta sección que la llamamos  «IDENTIFICANDO AL PERFECTO DIOTA LATINOAMERICANO» como una consecuencia del gran trabajo efectuado por los autores  del MANUAL DEL PERFECTO IDIOTA LATINOAMERICANO, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, donde describen a cabalidad y con una gran dosis de humor irónico  y sátira a nuestro personaje objeto de este estudio.

Con la ayuda del Manual, el trabajo de   identificar al Perfecto Idiota de nuestro continente, no sólo se hace fácil, sino también placentero.

Disfruten de este espacio…

RECONOCIENDO AL PERFECTO IDIOTA LATINOAMERICANO

«Cree que somos pobres porque ellos son ricos y vicecersa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que  aquellos  siempres ganan y nosotros siempre perdemos (él está en todos los casos  entre las pobres víctimas y los buenos perdedores), no tiene empacho en navegar en el cyberespacio, sentirse «online» y (sin advertir la contradicción) abominar del consumismo.

¿Quién es él? Es el idiota latinoamericano.»

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2012

RETRATO DE FAMILIA DEL PERFECTO IDIOTA LATINOAMERICANO

En la formación política del PERFECTO IDIOTA, además  de cálculos y resentimientos, han intervenido los más variados y confusos ingredientes. En primer término, claro está,  mucho de la vulgata marxista de sus tiempos universitarios. En esa época, algunos  folletos y cartillas de un marxismo elemental, le suministraron una explicación fácil y total del mundo y de la historia. Todo quedaba debidamente explicado por la lucha de clases. La historia avanzaba conforme a un libreto  previo (esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo, antesala del Comunismo, la sociedad sin clases sociales). Los culpables de la pobreza y el atraso de nuestros países eran  dos funestos aliados: la burguesía y el imperialismo.

Semejantes nociones del materialismo histórico le servirán  de caldo para cocer allí, más tarde, una extraña mezcla de  tesis tercermundistas, brotes de nacionalismo y de demagogia populista, y una que otra vehemente referencia al pensamiento, casi siempre caricaturalmente citado, de algún  caudillo emblemático de su país, llámese José Martí, Augusto  César Sandino, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Jorge Eliécer Gaitán, Eloy Alfaro, Lázaro Cárdenas,  Emiliano Zapata, Juan Domingo Perón, Salvador Allende, cuando no el propio Simón Bolívar o el Che Guevara. Todo ello servido en bullentes cazuelas retóricas. El pensamiento  político de nuestro PERFECTO IDIOTA se parece a esos  opulentos pucheros tropicales, donde uno encuentra lo que  quiera, desde garbanzos y rodajas de plátano frito hasta  plumas de loro.

Si a este personaje pudiéramos tenderlo en el diván de un  psicoanalista, descubriríamos en los pliegues más íntimos de su memoria las úlceras de algunos complejos y resentimientos  sociales. Como la mayor parte del mundo político e  intelectual latinoamericano, el PERFECTO IDIOTA proviene de modestas clases medias, muy frecuentemente de origen  provinciano y de alguna manera venidas a menos. Tal vez tuvo  un abuelo próspero que se arruinó, una madre que enviudó  temprano, un padre profesional, comerciante o funcionario  estrujado por las dificultades cotidianas y añorando mejores tiempos de la familia.

El medio de donde proviene está casi  siempre marcado por fracturas sociales, propias de un mundo  rural desaparecido y mal asentado en las nuevas realidades urbanas. Sea que hubiese crecido en la capital o en una ciudad de  provincia, su casa pudo ser una de esas que los ricos desdeñan cuando ocupan barrios más elegantes y modernos: la modesta quinta de un barrio medio o una de esas viejas casas húmedas y oscuras, con patios y tiestos de flores, tejas y canales herrumbrosos, algún sagrado corazón en el fondo de un  zaguán y bombillas desnudas en cuartos y corredores, antes de que el tumultuoso desarrollo urbano lo confine en un estrecho apartamento de un edificio multi familiar. Debieron ser compañeros de su infancia la Emulsión de Scott, el jarabe yodotánico, las novelas radiofónicas, los mambos de Pérez Prado, los tangos y rancheras vengativos, los apuros de fin de mes y parientes siempre temiendo perder su empleo con un cambio de gobierno.

Debajo de esa polvorienta franja social, a la que probablemente hemos pertenecido todos nosotros, estaba el pueblo, esa gran masa anónima y paupérrima llenando calles y plazas de mercado y las iglesias en la Semana Santa. Y encima, siempre arrogantes, los ricos con sus clubes, sus grandes mansiones, sus muchachas de sociedad y sus fiestas exclusivas, viendo con desdén desde la altura de sus buenos apellidos a las gentes de clase media, llamados, según el país, «cholos» «huachafos», «lobos», «siúticos», o cualquier otro término despectivo.

Desde luego nuestro hombre (o mujer) no adquiere título de idiota por el hecho de ser en el establecimiento social algo así como el jamón del emparedado y de buscar en el marxismo, cuando todavía padece de acné juvenil, una explicación y un desquite.

Casi todos los latinoamericanos hemos sufrido el marxismo como un sarampión, de modo que lo alarmante no es tanto haber pasado por esas tonterías como seguir repitiéndolas — o, lo que es peor, creyéndolas — sin haberlas confrontado con la realidad. En otras palabras, lo malo no es haber sido idiota, sino continuar siéndolo.

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